lunes, 6 de junio de 2016

El cuento de la paz

Este cuento está dedicado a Dios, quien me iluminó para escribirlo. A mi esposa, y a mis hijos, que son el futuro de la paz de Colombia y su inspiración.

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Como son las coincidencias, pensaba yo, mientras me autenticaba en mi computador, a través de la huella de mi iris, y veía en el protector de pantalla, la imagen de Einstein que decía: “I fear the day that technology will surpass our human interaction. The world will have a generation of idiots”. Al mismo tiempo, veía la imagen de Einstein de una escultura rústica de Villa de Leyva, comprada por mi mamá, en la que el montaba una bicicleta de metal y sonreía con su melena blanca alborotada y un gran bigote del mismo color.
Esa misma mamá, que lo admiraba y a quien yo admiraba, que lo puso en su escultura adornando el comedor, era la misma que se había vuelto adicta a la tecnología, o más bien, al celular y que había perdido la interacción humana, según Einstein,  con el resto de la familia, por estar jugando Candy Crush.
Entonces, pensaba yo, la generación de idiotas de Einstein, es la que me antecede, es la de mis padres, pues mi papá también perdió la interacción humana, por culpa de LinkedIn y nosotros por culpa del Play 4.
Sin embargo, Yo, el hijo de los idiotas, el más idiota, estaba allí a mis trece años, enfrente de mi invención, que había creado en Minecraft y que desafiaba las leyes de Einstein y me haría pasar a la historia, por sobre él.
Era mi máquina para viajar en el tiempo y estaba a cinco minutos del viaje de prueba piloto, viaje cuya única intención era ir al año 2025 y comprobar si Colombia había alcanzado la paz que tanto soñaba mi padre.
Cuatro, tres, dos, uno, ignición…. Y comenzó el viaje al futuro. Me convertí en un holograma, a través del scanner de mi impresora 3D y adentro de la máquina del tiempo, un algoritmo capaz de llevarme al futuro, inicié la prueba de la paz.
Al llegar a mi destino, sentí un fuerte dolor de cabeza y presentí que algo había salido mal. Pasé de nuevo por la impresora 3D, para, en el proceso inverso, dejar de ser holograma y ser impreso en mi cuerpo original. Ya en él, salí de la habitación nave y me encontré en un campo hermoso, que olía como olían mis viajes de niño por carretera a Charalá, cuando a partir de sobrepasar la frontera entre Boyacá y Santander, entraba por la ventana ese aroma de campo y de polvo de carretera destapada, de frescura, de naturaleza, que nunca encontré en Bogotá, por humana que esta fuera. Miré sobre una valla y esta decía “Bienvenidos a Simacota, capital inspiradora de la Colombia en Paz”. El sueño de mi papá se había hecho realidad, me dije, con una sonrisa que me iluminaba las mejillas aun rojas por el calor y el dolor de cabeza. Este, había desaparecido y yo me encontraba embargado de alegría plena.
Caminé hacia la entrada del pueblo y encontré en una tienda, que por cierto, no habían desaparecido a pesar de las grandes superficies, un periódico, que tampoco había desaparecido y en él, mi primera gran sorpresa, la fecha del día era 13 de Agosto de 2015.
¿Qué había pasado? Yo había programado mi máquina para viajar 10 años adelante y estaba en el mismo día, pero con una realidad que percibía distinta.
Caminé unos pasos más y encontré a un niño de similar edad a la mía y quien develaría para mí el misterio del error de mi máquina, que a partir de ese momento dejé de llamar la máquina del tiempo de Einstein, para llamarla, la máquina de viajes a las dimensiones paralelas.
Hola, le dije. Me llamo José Pablo, pero me dicen Tunchi. El me miró detenidamente y me saludó: “La paz sea contigo”. Yo pensé, que saludo más raro, e inmediatamente le dije si quería jugar online. El me respondió, soy Carlitos y estoy para servirte. ¿En qué te puedo ayudar?
Vestía unos pantalones, de los que llaman pescadores, de color amarillo pálido, una camisa blanca de cuello, un sombrero y me sorprendió que no llevara ninguna marquilla en sus prendas de vestir. Yo en cambio usaba zapatos Converse, camiseta de Abercrombie & Fitch y buzo de Underarmour. Que apego por la moda el mío, pensé.
Reaccioné y dije, Carlitos me puede ayudar a entender lo que pasa. Seguro estudió en el mejor Colegio de la ciudad.  ¿Es esta una sociedad en Paz? ¿Cómo lo lograron? Él sonrió y me dijo, te lo contaré todo, a pesar de que estudié en un colegio cualquiera, como todos los demás del pueblo.
Mis padres anhelaban la paz, dijo, después de más de 50 años de guerra. Pero ellos no entendían como alcanzarla. Iniciaron unos diálogos en La Habana, con la guerrilla, pensando firmar la paz. ¡Eso no es la Paz!, exclamó, es solo una muy pequeña parte de ella. 
Continuó diciendo: - como dijo Deming, “ningún cambio profundo ocurrirá en la sociedad, sin la transformación personal de sus integrantes”. Para alcanzar la Paz, dijo, hizo falta un liderazgo con la habilidad de generar para sí mismo y poner a todos en contacto con una historia de sentido compartida que llamamos la sociedad de la comunión. Esa idea de la comunión, nos entusiasmó de tal manera, que nos llevó a cambiar nuestras acciones por acciones nuevas y a aprender a honrar eso que es tan valioso hoy para todos y que llamamos, la Paz.
Yo escuchaba perplejo a Carlitos, y me debatía entre querer jugar Play o seguir su interesante relato, que parecía de un papá y no de un niño. - Eso nos permitió liberar el potencial propio y el de cada uno de los colombianos a favor de la paz colectiva, continuo diciendo Carlitos, aprendimos a participar y a vivir bajo una ética de la participación y no en el juego de la representación, en donde siempre nos victimizamos con la clase dirigente.
En la época de mis padres, continuó, la gente malentendía la Paz, la veían como un tema de “ellos”, y trabajaron por esa paz. Trabajaron en construir una infraestructura para la paz, un proceso para la paz. Su error, fue enfocarse en la tarea, en la tarea de la paz.
Años después, el hijo de un viejo ex Alcalde de origen Lituano, planteó un nuevo paradigma, en el que la paz se conseguiría desde el “nosotros”, desde un tema colectivo y basado en mejorar las relaciones entre los colombianos. Entonces trabajaron en la cultura, no solo a punta de mimos y payasos, principalmente en la de los niños y jóvenes, lo que resultó en un gran paso, puntualizó. También trabajaron en los valores y la misión compartida de la sociedad. Buscaron interacciones entre los colombianos, en las que los compromisos que se hicieran fueran impecables y persiguieron unas negociaciones de paz más generativas y con una comunicación más auténtica. Eso sí que fue difícil, sobre todo por la mala influencia de los medios de comunicación de la época, que servían a los intereses mercantilistas de sus dueños y no a comunicar libremente lo que acontecía. Me acuerdo del único periodista serio, que se llamaba Daniel Samper Ospina, mencionó Carlitos en medio de una sonrisa. Trataron de lograr una comunidad más productiva. Exaltaron la generación de confianza y la solidaridad como bases de la comunión. Realmente fue un gran avance, pero no se logró la sostenibilidad de la paz.
Finalmente, vino esa persona humilde, joven y de bajo perfil, de la que no recordamos su nombre siquiera, y nos mostró con el ejemplo, que la paz se construye desde el “Yo”, desde lo individual, quien lo creyera, y que la clave de la paz es la persona.
Nos enseñó que el tema estaba en nuestros modelos mentales. Nos mostró que para la paz, se debía trabajar en la competencia emocional de cada uno de nosotros y que para construirla se debía adoptar una actitud de aprendiz y que la clave estaba en lo que llamó la “responsabilidad incondicional”, modelo en el que nos convertiríamos en protagonistas de la película de nuestras vidas y asumiríamos la responsabilidad frente a como nos queríamos ver en ella, en vez de victimizarnos en los demás. Logramos unos comportamientos en los que nuestras acciones se basaron en nuestros valores y eso terminó con la forma de hacer política y justicia, a la que estábamos acostumbrados. La auto – reflexión se volvió la norma, en vez de la crítica destructiva en la que vivíamos, culpando a otros por nuestros problemas y esperando que fueran otros quienes nos los arreglaran. Las personas se volvieron mucho más integradas e integrales. El entusiasmo de cada uno nos permitió quitar la pena cada vez que veíamos los rankings de las revistas diciendo que Colombia era el país más feliz del mundo. Ahora si había razón para creerlo. Ganamos algo en cada uno, que antes no teníamos. La consciencia. Nuestra vida se volvió una vida consciente, y esa consciencia nos volvió mucho más efectivos en la escala personal. Ahora sí, dijo, una vez lograda la persona integrada, saltamos al nosotros, al colectivo, a las relaciones, para finalmente trabajar en el ello, en la tarea de la Paz. Y así fue como lo logramos, fue un logro individual para luego uno colectivo.
Así llegó el reino de la paz a este país.
Esa persona humilde, se inspiró, según nos dijo, en reconocer que Dios existía. En pedirle cada mañana que iluminara todos sus pensamientos, palabras y obras, para que todas sus actividades se hicieran por amor a Él y según su voluntad. Se inspiró en santificar el nombre de Dios, en aprender a perdonar a los demás, se inspiró en confiar en que todos tendríamos el pan para cada día. Se inspiró en confiar en no caer en las tentaciones del egoísmo y el egocentrismo.
Abracé entonces a Carlitos, le agradecí infinitamente su generosidad y al haber comprendido, regresé a mi máquina de viaje a las dimensiones paralelas, para volver a mi dimensión y aplicar en mi vida diaria lo que había aprendido.
Pero encontré mi máquina con daños y no encendía. ¿Cómo lograría convertirme de nuevo en holograma? Traté de introducirme en el scanner, para regresar al 13 de agosto de 2015 de mi dimensión, pero la máquina no funcionó. Pensé, como lo recordaba de manera similar de la película de Volver al Futuro, si habría otro Tunchi en esta dimensión y si vernos a la cara produciría un daño irreparable en la historia y en nosotros mismos. Entonces me escondía hasta caer la noche en un granero que encontré a la salida de Simacota. Creo que me dormí sin darme cuenta y cuando desperté, estaba en mi cuarto, en mi dimensión normal. Mi papá entró como todas las mañanas, lo abracé y le dije: La paz sea contigo. Él me sonrió y me dijo: La paz comienza por casa. Yo respondí, así sea.


Papayeyo, Agosto 1 de 2015