Hoy, como
nunca recuerdo, medité sobre cómo debió ser el sábado después de la muerte de
nuestro Señor, para su madre la Virgen María. Un día de soledad y de dolor
después de ver a su hijo crucificado. Sin reclamar ni decir nada y a pesar de
saber que era la madre de Dios y que se cumplía lo que El mismo anunció,
seguramente sufrió con el dolor que a una madre produce el ver sufrir a su
hijo, y de que manera. Una madre que cargó en brazos a su hijo se convierte
para nosotros en signo de esperanza pues el domingo será ella la primera que
verá a Jesucristo resucitado.
Por eso hoy
es un día para comprender que debemos acompañar a María, pues tuvo que sufrir
la muerte de su hijo nuestro Señor, quien dio la vida por su amor a nosotros y
por nuestra redención.
María es símbolo de fe, de esperanza y de amor y que mejor que estar en su compañía. Pero hoy somos nosotros los que la debemos acompañar en este día difícil.
Así que hoy
ofrezcamos todos nuestros sufrimientos, angustias y problemas a María y
aguardemos con esperanza el domingo de la resurrección.
Hoy lloré en la
meditación de la soledad de María. Lloré pensando en esa madre que se debía
acordar de su hijo de cuna y de brazos, del que debió ser niño y reír jugando
como otros. De aquel que siendo muy joven ya enseñaba en el templo, del que
hizo tantos milagros y acogió a pobres, pecadores, enfermos, en fin, a los más
desvalidos.
Hoy lloré recordando
cuando el ángel del Señor anunció a María y ella con su inocencia le contestó,
He aquí tu sierva, he aquí tu esclava.
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