sábado, 30 de marzo de 2024

He aquí tu sierva, he aquí tu esclava

 

Hoy, como nunca recuerdo, medité sobre cómo debió ser el sábado después de la muerte de nuestro Señor, para su madre la Virgen María. Un día de soledad y de dolor después de ver a su hijo crucificado. Sin reclamar ni decir nada y a pesar de saber que era la madre de Dios y que se cumplía lo que El mismo anunció, seguramente sufrió con el dolor que a una madre produce el ver sufrir a su hijo, y de que manera. Una madre que cargó en brazos a su hijo se convierte para nosotros en signo de esperanza pues el domingo será ella la primera que verá a Jesucristo resucitado.

Por eso hoy es un día para comprender que debemos acompañar a María, pues tuvo que sufrir la muerte de su hijo nuestro Señor, quien dio la vida por su amor a nosotros y por nuestra redención.

María es símbolo de fe, de esperanza y de amor y que mejor que estar en su compañía. Pero hoy somos nosotros los que la debemos acompañar en este día difícil. 

Así que hoy ofrezcamos todos nuestros sufrimientos, angustias y problemas a María y aguardemos con esperanza el domingo de la resurrección.

Hoy lloré en la meditación de la soledad de María. Lloré pensando en esa madre que se debía acordar de su hijo de cuna y de brazos, del que debió ser niño y reír jugando como otros. De aquel que siendo muy joven ya enseñaba en el templo, del que hizo tantos milagros y acogió a pobres, pecadores, enfermos, en fin, a los más desvalidos.

Hoy lloré recordando cuando el ángel del Señor anunció a María y ella con su inocencia le contestó, He aquí tu sierva, he aquí tu esclava.

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